© Rosaura Pozos


Mi hermana Aída nos llevó por vez primera al mar.
En el camino a Veracruz atravesamos la laguna, flanqueadas por las nubes reflejadas en el agua. Y yo me quedé sembrada en su brillo de plata.
Tiempo después, aquel día en que dejamos nuestra casa volví a mirarla. Pegada a la ventana del camión de pasajeros la vi desdibujarse detrás de mi madre, que lloraba nuestro adiós.
Tal vez por eso siempre quise ir a ese sitio y ahora, después de décadas, he ido.
Lo que eran kilómetros de un espejo blanquecino hipnotizando la mirada, es hoy solamente un pequeño reducto protegido por grullas aferradas a lo que queda con agua.
¿De dónde vienen y a dónde irán esas aves?
¿Escaparán acaso del disparo aficionado?
¿Escucharán el motor de autos y motos todo terreno que han encontrado en el sitio una pista abandonada?
Demetrio García me dice que hoy ya no hay nada. Antes: había muchos patos, muchos peces, mucha vida.
Víctor pepena fierros viejos entre un montículo de escombro.
Un ganado busca comida entre basura.
Yo me adentro en el rojizo terraplén. Avanzo lento.
Agua blanca como leche. Lienzo de nubes, ramas queriendo abrirse camino entre el verde del pasto. Montes. Minas. Restos humanos amarrando mis pasos. Llantas, plásticos, casquillos de cazadores, vacíos. Tierra seca. Fragmentos. Presencias-ausencias. Recuerdos.






La Laguna de Totolcingo, situada en la frontera entre los estados de Puebla y Tlaxcala, ha sido históricamente un ecosistema acuático de gran relevancia ecológica, cultural y simbólica para las comunidades aledañas.
Formada en una cuenca endorreica de origen volcánico, esta laguna fue en tiempos pasados refugio de grandes parvadas de aves migratorias, fuente de sustento para comerciantes de tequesquite y pescadores locales, así como espacio de encuentro comunitario.
Sin embargo, hoy, lo que antes era un espejo de agua vivo y vibrante en tiempo de lluvia, se presenta fragmentado y su biodiversidad en serio declive.
Esta serie fotográfica muestra ese proceso de degradación no solo como testimonio, sino como metáfora de la desconexión contemporánea entre el ser humano y la naturaleza.
La pérdida de un bien natural no es solo la desaparición de un recurso, sino el desvanecimiento de un vínculo cultural, espiritual y ecológico que, una vez roto, deja un vacío difícil de reparar.














Alguna laguna. Totolcingo
Puebla-Tlaxcala, México, 2025